Fotos de manicomio

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Regresa Jesús Arroyo con un cuarto poemario ilustrado por los pintores Paco Ibáñez, Miguel de Unamuno y Pilar López Alcolea. Un poemario que en nada se parece a sus anteriores Contracaminante, Disfrazado de Esquimal y Ropa de Cama pero en el que, como es habitual en su poesía, prevalece la palabra que busca un fin más allá de sí misma, que adquiere significante propio en sus desgarros aunque éstos pertenezcan a sus semejantes. Es una poesía que no bebe de las modas sino de los grandes, con guiños literarios que aumentan la sugerencia de sus versos, como en ese «Creyéndose Balzac» en el que el poeta, como el pintor de La obra maestra desconocida, asiste al funeral de su propia locura creativa. Es ahí donde se ve no sólo al poeta sino también al lector sumergido en un laberinto de espejos deformantes de la propia realidad en su demencia. Pero no son imágenes que oculten las que Jesús Arroyo nos devuelve en sus versos sino de una transparencia tan cortante y frágil como un encierro de vidrio. Son imágenes elaboradas con palabras provistas de una crudeza que no hace concesiones ni a lo coloquial ni al artificio. Y así, con la actitud del flâneur que se mira en la multitud del manicomio y que busca no tanto su cura como su propio diagnóstico, Jesús Arroyo penetra en esa piedra de la locura que extrae de los desamparados, de los desterrados por una cordura miserable, de los encerrados en una sinrazón con la que, más que compadecernos, nos identificamos. Esa empatía se convierte en otra forma de poesía en la poesía, en un álbum de manicomio con el que naufragar de la soledad sin cordura, con el que enloquecer sabiendo, en extraña compañía, la de cada uno. «… total, tras esta lectura todos seremos menos felices» concluye Jesús Arroyo en el poema que da título al libro, un libro cuya lectura quizá poco importe que nos haga menos felices si nos hace mejores.